UN HOMBRE QUE ENCUENTRA SU VOCACION
Juan de Dios Mena nació en Puerto Gaboto (Santa Fe) en 1897. Fue soldado del escuadrón de seguridad de Rosario, anduvo por Buenos Aires y finalmente se radicó en el Chaco. Hombre de muchas profesiones y oficios, fue también, por necesidad, rematador, peón de estancia, encargado de un bar en Resistencia, mayordomo de un campo y finalmente poeta y tallista. Estos datos permiten afirmar que Mena adquirió de la vida una forma de conocimiento que sólo dan la espontaneidad y el libre albedrío.
El mismo ha contado cómo descubrió, casi por casualidad, tallando un bastón para un paisano, su condición innata de escultor.
Al principio fue el testimonio de esa "facilidad" propia del artista, para transformar en imágenes su mundo interior. Más tarde, contemplando sus "tapes", como llamaba cariñosamente a sus pequeñas tallas, y a medida que esas figuras se independizaban de él, comenzó a comprender lo que tal vez sea inexplicable. Una vez, sostuvo con un periodista este diálogo revelador, mientras hacía girar entre sus manos uno de sus "tapes":
Mena: Todavía no consigo saber lo que piensa.
Periodista: Si no lo sabe usted que lo hizo...
Mena: Eso no significa nada. Mis figuras tienen su propia personalidad. A veces, les doy una intención que no se me ocurría al principio, se me escapa el cortaplumas ¿sabe? y hace de las suyas..."
Es el momento en que Juan de Dios Mena encuentra el rumbo definitivo, que no es otro que el diálogo permanente con las criaturas lo miraban desde la blanda madera del curupí donde las había tallado. Esto ocurre cuando tiene más o menos treinta años. El tiempo corre, y cierta vez, al preguntársele cuántas tallas había realizado, dice con humor: “...y serán como quinientas, tal vez más. Pero seguramente habré trabajado un árbol del largo de una cuadra.”
LAS ETAPAS DE SUS TALLAS
Entre 1932 y 1954, el año de su muerte, Mena fue encontrando o transformando los recursos del modelador que harían posible su estilo y una expresión sintética original y única. En su obra de tallista se pueden distinguir tres etapas: la primera, rudimentaria, caracterizada por figuras talladas duramente con aditamentos de pelos y trapos; una segunda, de mayor perfeccionamiento en la calidad de los volúmenes, que acentúan los perfiles, los contornos, las líneas armoniosas de las tallas; la tercera y final -truncada por la muerte-, en la cual Mena intenta piezas geométricas y líneas abstractas para definir una forma más evolucionada.
En la primera etapa, el dibujo es simple. En un solo volumen, modela la cabeza, el torso y las piernas. En la base, grandes pies; en los brazos, grandes manos. Estos tapes están solos y estáticos y no se dejan ver mucho porque todavía no piensan. Algunos hacen gestos, toman mate. A veces es un caudillo de pueblo. Otras, un político conversador y convencedor. Por allí, una mujer que se sostiene en una escoba rudimentaria. O un paisano hecho una sola cosa con una guitarra, guitarras gordas como las alpargatas, que parecen zuecos de madera. O un Cristo clavado en una cruz, con un facón que lo atraviesa, de bombachas rayadas y una vincha en la cabeza. Forman parte de una escala social en la que alternan tipos campesinos y tipos ciudadanos. En esa escala están los desposeídos y los que tienen mando. Entre éstos, "el comisario", satisfecho de su autoridad, tomando un mate que seguramente le ha alcanzado un preso manso y respetuoso. El comisario, como todas las figuras de Mena, está encerrado en sí mismo y nadie sabe lo que piensa, ni aun su creador, porque éste es respetuoso para con sus criaturas.
En la segunda etapa, los aditamentos desaparecen. Ya la talla se ha cerrado en su mundo interior. El artista demuestra que ya sabe cómo aumentar los rasgos significativos de su piezas de madera, para que los tapes logren vida propia. Sus figuras están solas. Pero no siempre. A veces, están juntas cuando el destino las une. Y ese destino se reparte en la relación del amor (un paisano con su china en ancas: Caballo, mujer y hombre, en una sola talla), o en el dolor (una madre y su hijo) o en la enfermedad (un médico que ausculta el pulmón de un hachero).
La alegría y el sufrimiento adquieren jerarquía en estas tallas, verdadera galería de personajes tomados de la realidad, inmediata, si bien como deformados por rasgos caricaturescos. Pero aunque el mismo Mena definía a sus tallas como "caricaturas de madera” no hay en ellas nada disparatado o ridículo. Piezas trascendentes, la humanidad que cargan, a veces dramática, ahonda en una realidad sociaL
En la tercera etapa, dueño ya de todas las posibilidades del tallista perfecto, enfrenta un cambio. No abandona a sus, personajes, pero los recrea despojándolos de todo pintoresquismo circunstancial. Permanece la figura humana, pero la forma se modifica. Son formas geométricas en donde los volúmenes no intentan la representación realista. Tal vez ese cambio no provenga solamente de una nueva orientación estética próxima a la experimentación propia del arte de vanguardia, sino de una modificación de la sociedad, que el escultor aspira a expresar en toda su autenticidad. Mena no podía dejar de percibir que su mundo cambiaba, y que los rayos de la nacionalidad se transformaban a medida que se borraban las fronteras del regionalismo. En esta última etapa, se acercó más que nunca al artista universal que hay en el fondo de todo gran artista.
LA POESIA
En 1931, Mena publica Virolas y otras chafalonías, poesías escritas, dice en el prólogo, para sus "paisanos y extranjeros identificados con nuestra tierra". En 1941 aparece la versión corregida de esta obra, con el título de Virolas. Si se piensa en la prisa con que Mena se desprendía de sus tapes, es significativa la morosidad con que retocaba y rehacía sus versos, y cómo los guardaba dentro de una unidad vigilada, como si los versos fueran la expresión de su permanencia, y las tallas el trabajo creado con naturalidad. La resultante es una poesía que revela el don de observación y el poder de síntesis que poseía Mena. Así como al tallista le bastaban pocos trazos para mostrar una figura humana con toda la carga de -su destino, al poeta le alcanzaban pocas palabras para contarnos una historia. En Virolas está dibujado, con las palabras justas, el perfil de un paisano que no alardea de sus éxitos y que se llama “El Zonzo”:
Un desconocido
llegó una mañana
buscando trabajo.
Le gustó la estancia
y habló al capataz.
Como hiciera falta
entró de mensual
en "La Malacara".
Con ninguno, nunca
cambió una palabra;
era tan poquita
cosa, que en la estancia
le apodaron todos:
el Zonzo Miranda.
Pasaron los meses
y nunca por nada
supieron la historia
del Zonzo Nfiranda.
Hasta que el boyero
cierta madrugada
en rueda de peones
dijo estas palabras:
"Anoche muy tarde
yendo a buscar agua
vi a la patroncita
detrás de la casa
en los mismos brazos
del Zonzo Miranda".
Y desde ese día
toda la peonada
le dice con odio
y a secas: Miranda.
El Fogón de los Arrieros
En 1945, el constante caminador que fuera Juan de Dios Mena encontró un lugar fijo de residencia cuando Aldo Boglietti lo invitó a pasar las noches de lluvia en su casa de Resistencia. Sería una fecha definitiva para ambos, porque ese mismo año, y de esa entrañable amistad, nace el Fogón de los Arrieros. Mena había llegado de paso, con su tallercito ambulante y precario: una mesa, una silla de paja, algunas herramientas y el viejo baúl con sus pertenencias de viudo solitario. A partir de ese año, su vida y su quehacer artístico se consolidan. Mena sería el Capataz y Aldo Boglietti el Peón del Fogón de los Arrieros, títulos otorgados, con el tiempo, por cuantos pasaron por esa casa de fraternidad y amistad desinteresada.
El viejo Fogón, una casa en la calle Brown de la capital chaqueña, fue sustituido por un edificio moderno, donde se acumulan obras de plásticos, de poetas, de creadores de todos los ámbitos. En la parte superior persisten las dos habitaciones: la del Peón y la del Capataz, que Mena no llegó siquiera a ocupar, al morir repentinamente en 1954. En la entrada están la silla de paja, el taller rudimentario, las gastadas herramientas y la mayoría de las tallas que fue desparramando generosamente, durante años, entre los que pasaban por el Fogón. Gran parte de ellas han retornado y, juntas, permiten seguir la trayectoria creadora del tallista.
El Fogón de los Arrieros, entretanto, ha proyectado su nombre y sus características fuera del país, como una institución indefinible y única en su género. El lema de Juan de Dios Mena, que gustaba reiterar zumbonamente mientras tallaba, sigue presidiendo el lugar: Desensille, haga noche, pero no se aquerencie…
Interior del Fogón de los Arrieros, refugio
de Juan de Dios Mena, donde se conserva
la mayoría de su obra de tallista.
Paraná, el pariente del mar. Ed. Biblioteca 1973.