miércoles, 10 de febrero de 2010

Escultor, poeta y pintor Juan de Dios Mena

Palabras pronunciadas en la plaza pública de Puerto Gaboto el 9 de junio de 1991 en ocasión del 464 aniversario de la fundación de la localidad, con motivo del descubrimiento de una placa de bronce en homenaje al dilecto artista gabotero.


No tengo memoria de haber altemado en Puerto Gaboto con JUAN DE DIOS MENA. Su partida se produjo abruptamente cuando yo era un chiquilín que no me detenía en la observación de los habitantes de mi pueblo. Alguna vez, quizá, JUAN DE DIOS, me habrá dicho algunas palabras, más bien porque yo era hijo «del Jefe» y de «la Jefa».
Mi padre que fue Jefe de Correos y Telégrafos entre los años 1914 a 1928 ha platicado con JUAN DE DIOS MENA o mi madre, a falta de médico en la localidad, quizás haya quebrado el empacho de algún familiar de MENA.
Tomé conocimiento de su existencia cuando empecé a leer en la prensa los triunfos artísticos de JUAN DE DIOS, en especial referidos a sus famosas tallas. Supe tener en mis manos un libro de poemas titulado «Virolas y otras chafalonias» pero ignoraba que el autor fuera gabotero.
Más adelante comencé a tomar realidad de este creador e informarme de que era uno de los nuestros. Algún familiar lejano de él, radicado en este pueblo, me amplió los datos de su filiación y otro vecino, el patriarca JAIME JUBANY me refirió datos inéditos que incluí en un trabajo publicado en mi volumen «Los Gloriosos Huéspedes de Puerto Gaboto». Destaqué allí su personalidad sobresaliente entre más de setenta célebres y eminentes huéspedes, colocándolo en el texto en el rango que le correspondía, por su valimiento histórico.
De ahí en más y con la complicidad del amigo ROMEO HERRERA tramamos la realización de un homenaje perpetuo a su memoria, que gracias a Dios podemos realizar hoy con el apoyo de la Asociación Civil de Promoción Comunitaria Sancti Spiritus y de la Comisión de Fomento de Puerto Gaboto.
Cada vez estoy más convencido de la justicia del homenaje, especialmente después de haber visto y analizado parte de la obra de MENA exhibida no hace mucho en el Museo Estévez de la Municipalidad de Rosario.
En realidad, las tallas son magníficas, asombrosas y conmovedoras.
Tímidamente hicimos un homenaje literario a JUAN DE DIOS MENA en el Instituto de la Tradición «Martín Fierro» de Rosario y no desaprovechamos la oportunidad para hacer resaltar en todo momento la procedencia gabotera de este gigante de la plástica. Asociamos en nuestros escritos su fama, a veces, con la de otros, como en el caso del Dr. SYLVESTRE BEGNIS que atendió al artista accidentalmente en los momentos postreros de su vida en la ciudad de Rosario, en el año 1954.
En la Revista del Centenario de la escuela fiscal de esta localidad publicamos una semblanza destacando al ex alumno que antes había cantado a su maestra en su «Romance de infancia».
Los artistas y escritores que han seguido la trayectoria de MENA saben ahora que, si bien su acción y su prestigio, celebridad y renombre partió desde el «Fogón de los Arrieros» de Resistencia y en menor medida del «Palacio del Mate» de Posadas, la exaltación de sus laureles nace y debe buscarse en la cepa del lugar más antiguo.
JUAN DE DIOS MENA nació en Puerto Gaboto en el año 1897 en «un rancho de barro, con el techo de paja, de tijeras muy rústicas y de cumbrera baja», situado casi en la esquina de las calles Zavala y Sancti Spiritus, a sólo tres cuadras de esta plaza pública.
Su infancia transcurrió como la de todos los niños humildes del poblado, pobre, «sin tener la suerte del juguete costoso» como lo declara en sus Recuerdos, agregando: «pero por falta de eso no fui menos dichoso».
No es éste el momento de hablar de su arte porque es por todos conocido y requeriría un ámbito académico.
Queremos sólo hacer una relación de su vida y suspender un poco la misma en Puerto Gaboto. Los que lo conocieron nos dicen que era un muchachón vital, amante de la tradición gaucha de donde procedía, aliruentada su vocación de verseador con los «compuestos» que siempre tuvieron vigencia en este pueblo.
En resumen, era un mozo chacotón, alegre e inteligente amante de las aficiones del gaucho. Cultivó para abrirse paso en la vida y cumplir con las tareas rurales y de la pesquería el buen manejo de su cuchillo de plata; en él se afirmó para su defensa personal en las oscuras calles de Puerto Gaboto y en la soledad de los montes chaqueños y fue fiel compañero del caballo que le serviría en la mayordomía de las estancias que regenteó después.
Para el visteo con cuchilla gozaba de cierto virtuosismo y ello fue la causa de su alejamiento del pueblo. En esa esgrima, un compañero, por accidente, lo hirió de gravedad y como consecuencia de ese trance tuvieron que llevarlo urgente a la ciudad de Rosario, donde se repuso. Su conocimiento de las armas blancas y del caballo le dio acceso a un puesto en el Escuadrón de Seguridad de Rosario donde supo blandir el sable con destreza sólo para defenderse en los mofines y para reprimir sin herir a nadie.
Su inclinación por los compuestos le sirvió para abandonar las tareas policiales y trasladarse a la Capital Federal, hacer versos allí en la revista «Nativa» y cobrar cuentas a domicilio.
Pero su aprendizaje de las tareas rurales en Puerto Gaboto lo habilitó para marchar hacia el norte santafesino, contratado como mayordomo de estancia, deteniéndose en Calchaquí para luego respirar la labor campesina en Colonia Baranda, territorio del Chaco.
Recién en ese momento, se despierta su inspiración por la escultura. Comienza a tallar con la sola ayuda del cuchillo en la madera blanda de curupí que le ofrece la selva chaqueña y allí produce, sin haber recibido lecciones de nadie, los más inverosímiles grotescos que representaban cuidadosamente los tipos argentinos de ciudadanos, puebleros o campesinos, disfrutando para sí del humorismo que trasmiten dramáticamente sus personajes. Según él «sus muñecos viven el drama de los hombres».
No es lugar éste, como hemos dicho, para hablar de su arte; pero a título de mención podemos decir que el mismo trascendió de las esferas nacionales donde el elogio fue unánime y sus tallas de Cristos gauchos se encuentran en las colecciones del Museo L’Hermitage de Leningrado (visitado por mí y mi esposa ONELIA) y en las privadas del gran Picaso.
No volvió más este hijo creativo a Puerto Gaboto terruño donde vio la luz por primera vez. Sin embargo, en sus versos nos pinta la imagen de su niñez, adolescencia y juventud, y nos deja una visión de su vida escolar. Olvida las causas de su rápida partida del pueblo y sólo nos dice, perfumadamente, «que se alejó de Puerto Gaboto por el camino bordeado de aromitos». Al traer esos recuerdos, es señal que no nos olvidó. Se quedó lejos, acaso conmovidos sus sentidos por la drástica interrupción de su vida gabotera en una huída buscando una revancha en otras cosas más dificiles. Y a fe que nos honró con su obra. Dejarnos esta placa en la plaza que lo rememora en su madurez con unos versos donde filia su itinerario de partida, su casa, la plaza de juguetería como él le dice y la estación de ferrocarril, ahora desaparecida por una de esas cosas de la simpleza humana.

Con esta placa los gaboteros vamos al encuentro de JUAN DE DIOS MENA para que él nos vea desde el más allá y nos juzgue si lo hemos olvidado. El confiesa que «cuando recuerda la plaza le duele el corazón». Ahora es la plaza quien lo recuerda con el dolor del alma.

Repitamos entonces las estrofas de su pequeño poema, infantil y adulto a la vez, titulado «Plaza de Juguetería».

«Placita de juguetes
del tiempo que pasó...
muñequitos de trapos,
árboles de cartón.

Placita de mi pueblo
buena para el amor
triste para el recuerdo,
dulce para la voz.

Placita de mi pueblo:
camino a la estación
con las primeras luces
un muchacho partió...

La voz que te recuerda
le duele el corazón
muñequitos de trapos
árboles de cartón.


AMADEO P. SOLER




Placa descubierta en la plaza pública de Puerto Gaboto en homenaje a JUAN DE DIOS MENA.

En honor a la verdad la iniciativa partió del vecino ROMEO HERRERA y del autor de esta nota, con el apoyo del señor RUBEN GONEM a la sazón presidente comunal.

La placa debió decir

«Homenaje del pueblo de su nacimiento a su artista superlativo», sin particuláizar a Institución alguna.

En la ocasión la comuna local dictó una ordenanza designando una de las calles de la localidad con el nombre de JUAN DE DIOS MENA.